Comentario
En respuesta al programa de renovación explícita planteado por Felipe V desde los comienzos del siglo XVIII, la pintura se desarrolló abierta a florecientes escuelas y artistas extranjeros, hecho del que pudo beneficiarse también la tradición pictórica local cediendo a su poderosa influencia. A la corte española fueron llegando artistas de relieve, que gozaron en algunos casos de una situación especial, llevando a cabo una producción en la que, tanto ideológica como técnicamente, se inscribe el que hacer artístico de los medios oficiales. La aportación francesa tiene características propias y, aunque todas las novedades se inscriban en las corrientes del barroco tardío y rococó, la delegación de artistas galos posee rasgos muy peculiares, por ser portadora de una ideología que motiva una transformación iconográfica, al mismo tiempo que propone también una variación que trasciende al valor de lo composicional y técnico tradicional.La pintura francesa es una elección intelectual que subraya en primer lugar los privilegios del ambiente cortesano, aristocrático. Reivindica el valor de lo decorativo, promueve un nuevo concepto del retrato, subraya la excelencia del banal mundo del rococó y propaga en síntesis las finalidades contingentes de lo alegórico, mitológico e histórico. Fue sin duda un vehículo que hizo declinar el desarrollo de la pintura nacional a la que todavía alentaban las resonancias de su pasado de gran esplendor, reemplazada por una fase rococó a modo de un hábil reportaje de todos los motivos europeos, cuya aparente superficialidad retórica tuvo un efecto saludable, por ser estilo sobre todo luminoso y decorativo.La dinastía borbónica no demoró la llamada de artistas de su país de origen. Ya en 1704 estaba prevista la llegada de Luis de Boulogne, que se supone el primer pintor francés destinado al cargo de Pintor de Cámara. Enrique de Favaune, que en la misma fecha había presentado para su recepción en la Academia un lienzo representando a España ofreciendo la Corona a Felipe V, suscitó recelos y su estancia fue un tanto meteórica. También Courthilleau se sumó a la inicial lista de franceses en la corte española. Todos ellos tenían como denominador común una formación italiana y en muy pocos casos orientada hacia el norte. Fue un hecho decisivo que sustenta el panorama de la pintura en Francia a la reorganización de la Academia por Colbert y Lebrun en 1663. Las generaciones que en ella se forman parten de estas premisas y también de aquellos métodos académicos rígidos, en cuanto a fórmulas de expresión, en los que median textos de tanta importancia como el "Méthode pour apprendre á dessiner les passions" de Lebrun o "Sentiments des plus habiles peintres" de H. Testelin, tratados en los que se abordan los temas de la expresión, la proporción, el color, composición, etcétera.Esta formación, rígida en algunos de sus extremos, reprimió en cierto modo el desarrollo individualista. Los pintores se contemplan dentro de una competencia uniforme y en pocos casos quebrantan las reglas a pesar del talento natural. Incluso la figura clave de Lebrun, que revela un vigor en el diseño y se consolidó como pintor de temperamento, también se manifiesta disciplinado. Es el acento académico de P. Mignard Lefevre o Nocret, pintores que mantienen el eco de Bernini, Cortona, Rubens y Van Dyck.Los factores estéticos de Versalles eran éstos y, por consiguiente, la pintura que reclama Felipe V será una propuesta en la que a las reglas del clasicismo barroco se irán sumando las sutiles apetencias del rococó, con su gracia y ligereza. Charles de la Fosse, aún con el eco de Albani y Poussin, mostraba curiosos acercamientos y admiración por lo veneciano. En él y en Antoine Coypel hace su entrada la tendencia colorista en un arte que fluctúa entre la perfección dibujística, la forma ampulosa y la experiencia incluso naturalista. En ella triunfaban los temas mitológicos, históricos, el retrato, en una mezcla de curiosa grandiosidad y de intimidad. Brillaban en este campo Largillière y Rigaud, creadores de la pintura de corte, del retrato de aparato, en contraste con una corriente que dignifica la pintura de género y el gusto burgués que ha impulsado el Salón de 1704. Los pintores que Felipe V invita a venir a España, mantienen el colorido de Rubens, la ligereza de La Fosse, la fantasía de Guillot, la observación que se ha copiado de los holandeses y la grandiosidad del arte oficial alegórico y panegírico de Versalles.Michael Ange Houasse llega a la Corte en 1715 contratado por Orly. Premiado por la Academia, encarna al pintor de la mitología, de las escenas populares, del paisaje y del retrato. "Alto, flaco y delicado", como lo definiera Saint-Simon, fue un artista de gran prestigio. Su Bacanal y su Sacrificio de Baco evocan las claves del clasicismo barroco italiano, con color más caliente y tonos azules y rosados de extrema delicadeza. En sus escenas campestres o cuadros de género se adelanta a los modelos que han de difundirse a través de la Fábrica de Tapices. En sus escenas de interior, como en el lienzo Academia, explora la vida artística de la época. En sus Máscaras hay resonancias con Watteau. Sus paisajes son veraces y en sus vistas panorámicas de los Reales Sitios es pintor de una gran modernidad. Se acercó también al arte religioso, dejando un legado de bellas composiciones para el Noviciado de Jesuitas de Madrid o el tema de la Curación de la Madre Montplaisant, que Lafuente Ferrari asegura que inspiró a Goya. Houasse trajo a la Corte española internacionalidad, en la expresión, en el color, en la espontaneidad y libertad. No pierde el horizonte clásico francés, pero es imaginativo, creando una pintura de gran armonía, interna.Jean Ranc se convirtió en el retratista por excelencia de la corte española. En él se encarna el retrato de aparato, ostentoso y mayestático en la línea de Rigaud o Larguillière. En la Familia de Felipe V, de la que queda un hermoso boceto, sintetiza esta práctica, con toques de elegancia y afectación e incluso matices de valor anecdótico. Los retratos de los monarcas, de príncipes e infantes, hacen aún más sólida su enseñanza en la configuración de la retratística cortesana.Siempre medió el consejo del viejo pintor Hyacinthe Rigaud para el envío de los pintores que llegaron procedentes de la corte francesa. También lo fue para el pintor, premiado tantas veces por Roma y por la Academia de París, Louis Michele van Loo. Era incluso profesor de la Academia francesa cuando fue reclamado por Felipe V para convertirlo en su Pintor de Cámara. Retratista oficial, también accedió a otros temas como demuestran sus Historias de Diana o su Venus, Cupido y Mercurio, que guarda la Academia de San Fernando.Los retratos de Felipe V y de Isabel de Farnesio, el suntuoso de don Luis Antonio, de don Felipe o de Luisa Isabel de Francia son exponentes de esta práctica retratística brillante. Se considera como colofón La familia de Felipe V, donde aparecen los monarcas, sus hijos, sus nueras, dos entenados y dos nietas. La escena, construida sobre fondos veronesianos, se complementa con la presencia de los músicos en la tribuna dentro del más puro estilo veneciano. Dos bocetos preparatorios muestran el minucioso estudio que precede a la obra. Otros retratos como el de Fernando VI y Bárbara de Braganza encaman la singularidad retratística del pintor francés, que supo sintetizar el estilo oficial vigente en el que se congregan influencias de Rubens, de Van Dyck, resonancias italianas, el sello adulador y ligero de lo francés en un hábil juego, íntimo y victorioso.Van Loo en sus temas mitológicos muestra, asimismo, una integridad intelectual que se ha relacionado con la estoica doctrina clásica académica o, incluso, como prematura fórmula de ideales que han de triunfar más tarde volviendo los ojos a los cánones y armonías de Nicolas Poussin. Fue director de la Academia de Pintura de San Fernando en 1752. Dirigió la Ecole Royale des Elèves protégés y su nombre se ha relacionado con la Real Fábrica de Tapices.Los pintores franceses renovaron la tradición española con sus luminosos y vibrantes cuadros mostrando la atmósfera y el sentimiento del rococó internacional. Consolidaron fórmulas nuevas de equilibrio, variaciones cromáticas, en un inevitable vuelco, estableciendo la inserción hacia el mundo europeo en un conjunto de tendencias convergentes y a la vez contrastantes con la corriente netamente española.